No hace mucho estuve en una especie de intensivo con un profesor de cierto prestigio y entre muchas de las cosas de las que nos habló trató un tema que me pareció muy interesante, aunque al principio me resultó un poco extraña que lo contara con tanta naturalidad, por la naturaleza abstracta de tema.
Nos contaba que ese magnetismo, carisma, poder de seducción o atracción que todos hemos comprobado en alguna ocasión en alguien y que nos ha dejado un tanto perturbados es algo que todos podemos no sólo desarrollar conscientemente sino también controlar en cada momento. Aunque pueda sonar un poco esotérico.
Decía que es cierto que hay gente que ha nacido con ese don de forma innata y desarrollado a un nivel que es difícil ampliar, que otros lo poseen en cierta medida aunque pueden desarrollarlo mucho más y otros simplemente no han tenido tanta suerte y necesitan trabajar bastante sobre ello, pero que a fin de cuentas todos podemos llegar tener esa energía que nos convertiría en imanes para las miradas e interés de los demás.
Luego nos expuso algunos ejercicios dirigidos a ese objetivo y nos facilitó algunas pautas para llevarlos a cabo correctamente.
Vosotros creeis que de verdad se puede desarrollar ese magnetismo o pensais que el que no nace con eso no debería preocuparse demasiado por ello y tratar de explotar otras cosas?
Se que puede pareceros un tema absurdo, o incluso casi pueril, pero yo creo que no lo es.
Una vez estuve en una obra de teatro en Londrés que protagonizaba un actor inglés sobradamente conocido, muy famoso. La obra era alucinante. El elenco de actores en completo no podía ser mejor. Todos eran sencillamente impresionante. Hasta que en el segundo acto apareció por primera vez en escena el actor del que os hablo. Simplemente entró en escena, en silencio, con sus manos a su espalda, y una expresión concienzuda. No tenía texto hasta un minuto o dos después de su entrada. La cuestión es que desde que apareció se notó de una manera exageradísima su presencia, la fuerza de atracción que irradiaba. Tanta que el silencio en el patio de butacas y la atención que todos prestabamos sólo a él podría haberse cortado con un cuchillo. Todos nos dimos cuenta.
Era imposible no darse cuenta de como la energía que imanaba incluso sin hacer nada arrastraba hacia él todas las miradas, toda la atención de todo el público. Hasta el punto de que después de eso el interés por la obra en si y por el resto de actores dió un bajón en picado, y parecía que todos estabamos sólo pendientes y deseando que volviera a aparecer en escena aquel actor. Estoy hablando de Anthony Hopkins.
Según el profesor del que he hablado al principio eso ocurre cuando internamente hay un trabajo bestial. Una concentración en lo que se hace que sólo puede conseguir un profesional de esa envergadura. Y aunque es una cuestión de energía, es también una cuestión de aprender a manejarla, a trabajarla y a ser muy consciente de ella.
Nos contaba que ese magnetismo, carisma, poder de seducción o atracción que todos hemos comprobado en alguna ocasión en alguien y que nos ha dejado un tanto perturbados es algo que todos podemos no sólo desarrollar conscientemente sino también controlar en cada momento. Aunque pueda sonar un poco esotérico.
Decía que es cierto que hay gente que ha nacido con ese don de forma innata y desarrollado a un nivel que es difícil ampliar, que otros lo poseen en cierta medida aunque pueden desarrollarlo mucho más y otros simplemente no han tenido tanta suerte y necesitan trabajar bastante sobre ello, pero que a fin de cuentas todos podemos llegar tener esa energía que nos convertiría en imanes para las miradas e interés de los demás.
Luego nos expuso algunos ejercicios dirigidos a ese objetivo y nos facilitó algunas pautas para llevarlos a cabo correctamente.
Vosotros creeis que de verdad se puede desarrollar ese magnetismo o pensais que el que no nace con eso no debería preocuparse demasiado por ello y tratar de explotar otras cosas?
Se que puede pareceros un tema absurdo, o incluso casi pueril, pero yo creo que no lo es.
Una vez estuve en una obra de teatro en Londrés que protagonizaba un actor inglés sobradamente conocido, muy famoso. La obra era alucinante. El elenco de actores en completo no podía ser mejor. Todos eran sencillamente impresionante. Hasta que en el segundo acto apareció por primera vez en escena el actor del que os hablo. Simplemente entró en escena, en silencio, con sus manos a su espalda, y una expresión concienzuda. No tenía texto hasta un minuto o dos después de su entrada. La cuestión es que desde que apareció se notó de una manera exageradísima su presencia, la fuerza de atracción que irradiaba. Tanta que el silencio en el patio de butacas y la atención que todos prestabamos sólo a él podría haberse cortado con un cuchillo. Todos nos dimos cuenta.
Era imposible no darse cuenta de como la energía que imanaba incluso sin hacer nada arrastraba hacia él todas las miradas, toda la atención de todo el público. Hasta el punto de que después de eso el interés por la obra en si y por el resto de actores dió un bajón en picado, y parecía que todos estabamos sólo pendientes y deseando que volviera a aparecer en escena aquel actor. Estoy hablando de Anthony Hopkins.
Según el profesor del que he hablado al principio eso ocurre cuando internamente hay un trabajo bestial. Una concentración en lo que se hace que sólo puede conseguir un profesional de esa envergadura. Y aunque es una cuestión de energía, es también una cuestión de aprender a manejarla, a trabajarla y a ser muy consciente de ella.
Comentario