No podría recordar la cantidad de castings y audiciones que me habré comido desde que empecé a dedicarme a esto hace más de quince años. En cambio, sí puedo recordar sin mucha dificultad todos los cursos, seminarios y reciclajes que he tenido que pagar. Y todas esas experiencias me han llevado a conocer a mucha gente, a trabajar con ellos o sólo verlos actuar.
Y he conocido a muchos a los que se les llenaba la boca cada vez que contaban con el pecho henchido toda la formación que llevaban a su espalda como actores, pero que a la hora de la verdad te escandalizaba lo malos que podían llegar a ser sobre las tablas o delante de la cámara. Pero malos, malos.
Y eso no hacía otra cosa que sumar perplejidad cuando descubría en alguna serie, o en alguna película, a gente a la que había conocido que nunca se habían formado ni tenían el más mínimo interés en hacerlo y que para más inri encima interpretaban genialmente bien.
Muchas veces me rio de esos que alardean de haberse tirado cuatro años en escuelas de interpretación muy emblemáticas o conocidas y que con sólo oirlos hablar te chirrían los oidos, por lo mal que hablan, o porque tienen un acentazo de echarte a correr y no parar, o directamente no se les entiende. Y lo peor es que ni tan solo parecen ser conscientes de ello.
No intento hacer apología en contra de la idea de que el actor deba intentar formarse, pero si digo que eso no garantiza absolutamente nada. Y que estoy harto de escuchar las típicas chorradas para defender que uno es actor juntificándolo en que ha estado en tal o cual escuela.
He conocido demasiados buenos actores que se han formado trabajando, pero sobre todo, manteniendo la boca cerrada mientras hacían camino. Es curioso que la mayoría de veces coincida en que son los más humildes los que acaban llegando a su meta y dedicándose a ello, y no los más bocazas.
Y he conocido a muchos a los que se les llenaba la boca cada vez que contaban con el pecho henchido toda la formación que llevaban a su espalda como actores, pero que a la hora de la verdad te escandalizaba lo malos que podían llegar a ser sobre las tablas o delante de la cámara. Pero malos, malos.
Y eso no hacía otra cosa que sumar perplejidad cuando descubría en alguna serie, o en alguna película, a gente a la que había conocido que nunca se habían formado ni tenían el más mínimo interés en hacerlo y que para más inri encima interpretaban genialmente bien.
Muchas veces me rio de esos que alardean de haberse tirado cuatro años en escuelas de interpretación muy emblemáticas o conocidas y que con sólo oirlos hablar te chirrían los oidos, por lo mal que hablan, o porque tienen un acentazo de echarte a correr y no parar, o directamente no se les entiende. Y lo peor es que ni tan solo parecen ser conscientes de ello.
No intento hacer apología en contra de la idea de que el actor deba intentar formarse, pero si digo que eso no garantiza absolutamente nada. Y que estoy harto de escuchar las típicas chorradas para defender que uno es actor juntificándolo en que ha estado en tal o cual escuela.
He conocido demasiados buenos actores que se han formado trabajando, pero sobre todo, manteniendo la boca cerrada mientras hacían camino. Es curioso que la mayoría de veces coincida en que son los más humildes los que acaban llegando a su meta y dedicándose a ello, y no los más bocazas.
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